TITULO: EL ASCENSOR.
En el edificio de la calle Mirasol, el ascensor del tercer cuerpo tenía una peculiaridad que nadie lograba explicar. Subía, sí, pero sólo cuando nadie lo observaba. Si alguien lo esperaba, se quedaba inmóvil, como si fingiera ser un mueble más. Los vecinos comenzaron a sospechar que no era un fallo mecánico, sino una especie de pudor metálico.
Don Ernesto, el portero, decía que el ascensor tenía alma. “No le gusta ser visto en movimiento”, murmuraba mientras lustraba los pasamanos. Algunos lo tomaban como una broma, otros como una advertencia. La señora Clara, del quinto piso, juraba que lo había visto subir solo, sin luces, sin ruido, como si flotara.
Un día, Martín, estudiante de arquitectura, decidió investigar. Instaló una cámara oculta frente al ascensor. Durante tres días, no ocurrió nada. En el cuarto, la cámara captó algo: el ascensor se abría, subía lentamente, y al llegar al último piso, se desvanecía. No se detenía. No regresaba. Simplemente desaparecía.
Martín revisó el video una y otra vez. En cada reproducción, el ascensor tomaba una ruta distinta: a veces subía en espiral, otras atravesaba las paredes. Lo más inquietante era que, en una toma, se veía a Martín dentro del ascensor, aunque él aseguraba no haberlo usado.
Desde entonces, nadie volvió a hablar del ascensor. Don Ernesto dejó de lustrar los pasamanos. La señora Clara se mudó. Y Martín… bueno, dicen que aún vive en el edificio, pero nadie lo ha visto salir de su departamento. Aunque, a veces, se escucha el ascensor moverse… cuando nadie lo mira.